El levantamiento de octubre. Algunas reflexiones iniciales
Inti Cartuche Vacacela
La
importancia de la lucha
Aunque algunas personas insistan en decir que salir a las carreteras
y las calles a luchar no sirva de nada, los momentos más fuertes de
las luchas de los pueblos sirven –más allá de los resultados y
derivas posteriores– para alumbrar algunas cosas que en la vida
cotidiana parecen oscuras y ocultas. De este modo los instantes más
fuertes de las luchas son como relámpagos que permiten ver las
contradicciones fundamentales de la sociedad, así sea por un
instante bien pequeño. A pesar de ello, ese momento queda en la
larga memoria de luchas de los pueblos. Los momentos de explícita
lucha de los pueblos rompen la monotonía de la vida cotidiana, de la
repetición diaria de las normas establecidas desde el poder, rompe
con el tiempo lineal que se construye desde el Estado y los grupos de
poder. Los momentos de lucha son rupturas de ese tiempo lineal, de la
cotidianidad de la dominación, de la supuesta paz social que oculta
los conflictos, las contradicciones, las desigualdades profundas de
la sociedad: la explotación, el racismo-colonialismo, la violencia
patriarcal. Los momentos de lucha también son importantes porque de
alguna forma siembran y abonan las esperanzas y los sueños de los
pueblos porque les muestra su poder a veces silenciado, olvidado o
reprimido. El levantamiento de octubre deja entonces algunas
reflexiones, algunos aprendizajes que sirven para la continuidad de
la lucha.
El antagonismo social
Así, durante el momento de mayor despliegue del levantamiento –la
toma de las gobernaciones, la toma de Quito y la paralización total
del país– se pudo apreciar claramente las fracturas profundas de
la sociedad ecuatoriana. Ésta, como muchas otras alrededor del
mundo, está constituida por profundas contradicciones sociales que
dan forma a las desigualdades y también originan las luchas de los
pueblos. El levantamiento de octubre dejó ver claramente los bloques
del antagonismo social.
Por un lado, el gobierno –y toda la institucionalidad del Estado:
ejecutivo, legislativo, judicial y militar–, los grupos
empresariales que desde hace rato están en alianza con él, los
grandes medios de comunicación nacionales, las oligarquías de las
grandes ciudades. Estos grupos sociales forjaron una alianza
explícita y en algunos casos mucho antes, para enfrentar el
levantamiento. Así, solamente por poner algunos ejemplos, la
decisión del gobierno de establecer un estado de excepción fue
corroborada por la Corte Constitucional dando cara abierta a la
represión. Los grupos empresariales en un comunicado de las Cámaras
hizo un llamado al gobierno y al aparato represivo del Estado a usar
la máxima fuerza posible para devolver el orden a la sociedad.
Obviamente al orden que a ellos les gusta, es decir, la de un pueblo
silenciado y sumiso. Los medios de comunicación nacionales
intentaron establecer la idea de que en el país no sucedía nada, y
luego ante la contundente realidad del levantamiento tergiversaron
las noticias, poniéndose claramente del lado del bloque de poder
alrededor del gobierno. La Asamblea hizo lo suyo, o más bien no hizo
nada y estuvo en un silencio cómplice con la intención del gobierno
de reprimir el levantamiento. Las grandes oligarquías de Guayaquil y
Quito y otras ciudades más pequeñas también se unieron a este
bloque sacando relucir su racismo colonial como cuando el ex alcalde
de la ciudad porteña llamó a salir a las calles a “defender la
ciudad” de la supuesta llegada de marchas indígenas desde la
sierra. Cosa que en verdad era un autoengaño, las marchas de los
indígenas en Guayaquil fueron protagonizadas por propios migrantes e
hijxs de ellos ya establecidos por años en esa ciudad. Tal actitud
racista demostró además la profunda ignorancia de las élites de su
propia realidad.
Por otro lado, el bloque del levantamiento indígena y popular, que
en los días finales se convirtió en levantamiento generalizado del
país. Desde hace algunos meses atrás el FUT y la CONAIE venían
haciendo un llamado a movilizarse ante lo que se venía venir: la
firma de una carta de intención con el FMI y el consiguiente paquete
de medidas: reformas laborales que agravian la economía de los
trabajadores públicos y privados, privatizaciones, remisión de
deudas a los más ricos del país vía condonación de impuestos,
entre otras cosas. Así algunas marchas ya se realizaron en la ciudad
de Quito y Cuenca principalmente antes del levantamiento. También
hay que indicar que unas semanas antes se realizó una gran marcha
contra la minería en la ciudad de Guaranda.
Ante la inminencia del decreto 883 y el paquete de reformas laborales
por enviar a la Asamblea, las organizaciones agrupadas alrededor del
Frente Popular –FUT, estudiantes, UNE y sindicatos de trabajadores–
y la CONAIE llamaron para los primeros días de octubre a una Paro
Nacional. A esto se sumaron los transportistas que paralizaron los
primeros días de octubre, sin embargo, la cúpula dirigencial, en
acuerdos ilegítimos con el gobierno, alzaron la movilización. De
todas formas, la mecha ya estaba encendida. Desde las comunidades de
base del movimiento indígena –CONAIE, FEINE y FENOCIN–
adelantándose y en algunos casos obligando a sus dirigencias a
radicalizar el Paro Nacional llamaron a un levantamiento. Y así
iniciaron a cerrar paulatinamente la totalidad de las carreteras
principales de la sierra y de la Amazonía. El levantamiento fue
masivo en todas las regiones de la sierra, comunidades cerrando las
carreteras y algunas caminando hacía Quito, y en las provincias
hacia sus capitales. La llegada a la ciudad de Quito por el norte y
por el sur fue masiva, alrededor de 30000 personas según cálculos
aproximados se asentaron en el mítico parque El Arbolito. En las
capitales provinciales se tomaron las gobernaciones en Guaranda,
Riobamba, Azoguez, Puyo, Cuenca, Macas y otras. Conforme avanzaba el
levantamiento otros sectores se sumaron como los barrios populares
del sur de Quito, y así en otras ciudades. Guayaquil y su población
migrante indígena y sectores populares se unieron a la movilización
y realizaron una masiva marcha en contra del racismo y el decreto
883. La solidaridad de los pobladores urbanos también fue visible, y
sin duda fue parte del levantamiento al sostener la alimentación y
la salud de los levantados que llegaron a Quito y se enfrentaron al
aparto represivo del Estado.
En resumen podemos ver entonces un bloque plurinacional y popular
conformado por comunidades indígenas y organizaciones de base y
nacionales, estudiantes, trabajadores, pobladores de barrios
populares, población en general que se unieron al levantamiento,
medios de comunicación alternativos y comunitarios, todos
articulados alrededor del movimiento indígena.
La memoria larga y la memoria corta
Otra de las cosas que se pudo mirar durante el levantamiento es la re
activación de la memoria histórica de lucha. Así, muchos evocaron
el ya mítico primer levantamiento de junio del ‘90. Algunos dieron
en llamar a esta movilización como el segundo levantamiento
indígena. De todas formas, este levantamiento lo superó en
masividad, ya que a diferencia de aquel, la paralización de la
sierra fue total, llegando a zonas que por lo general no suelen
movilizarse, como Guayaquil y el extremo sur como la ciudad de Loja.
La memoria de las luchas del movimiento indígena y popular se hizo
presente. Pero unida a esa memoria de lucha, también se reactivó la
memoria de lo que significa el FMI para los sectores populares e
indígenas. En el Ecuador no es la primera vez que el neoliberalismo
quiere imponer sus medidas al pueblo. La gente movilizada recordó
los largos 90s y toda las consecuencias sociales que produjo la
aplicación de paquetes venidos desde el FMI: empobrecimiento
generalizado, privatizaciones, feriado bancario, corrupción política
y crisis generalizada. Esa memoria de agravios al pueblo también
fueron activados antes y durante el levantamiento. Digamos que en
este sentido se actualizó una memoria larga.
Sin embargo de ello, también se activó una memoria corta, de la
época progresista de la revolución ciudadana. Así, el
levantamiento puso en claridad todos los agravios de la década
pasada infringida a las organizaciones indígenas y populares al
decir “Ni Moreno ni Correa la lucha es del pueblo”, y al llevar
también la agenda anti extractivista de muchas organizaciones de
segundo grado como parte de la movilización nacional. En este
sentido, fue claro que el levantamiento de octubre ha activado la
politización y movilización de una sociedad en general que fue
víctima del silenciamiento y la represión por parte del gobierno de
Correa, principalmente las organizaciones indígenas y de los
trabajadores opuestos al gobierno y su programa extractivista y anti
trabajadores.
El levantamiento de octubre, de cualquier forma, posibilita nuevos
caminos y horizontes por fuera de la dicotomía que se estableció en
la década progresista: la constituida por el bloque progresista y la
derecha tradicional. Cabe recordar que la izquierda y el movimiento
indígena y popular quedó atrapado en ella con pocos márgenes de
acción. El levantamiento de alguna manera fisuró ese marco y abre
con ellos posibilidades de movilización y re articulación política
más allá del progresismo y claro antagonismo con la derecha
oligárquica y empresarial.
Los momentos de lucha activan y rearticulan las múltiples memorias
de los pueblos para hacer frente a los problemas del presente. A su
vez esas memorias contribuyen a la toma de conciencia y la
politización de la realidad mostrando con mayor claridad los caminos
de las luchas posteriores.
El poder de arriba y el poder de abajo
Algunas de las imágenes mas llamativas del levantamiento de octubre
fueron la huida del presidente hacía la ciudad de Guayaquil, dejando
en abandono el palacio de gobierno, y la toma de las instalaciones de
la Asamblea Nacional.
Mirando la potencia del levantamiento se podía evocar las memorias
de los levantamientos de 2000 cuando se tomó en aquel entonces el
Congreso y se botó a Mahuad de la presidencia. En esta ocasión, por
momentos parecía que el levantamiento iba a tomar ese cauce
nuevamente, es decir optar por “toma del poder” de las
principales instituciones del Estado. Sin embargo, la movilización
al parecer aprendió también de la historia, y se dio cuenta de
alguna forma que no serviría de mucho botar un presidente y que
quede el decreto 883, más o menos como sucedió en enero de 2000 con
Mahuad y la dolarización.
El levantamiento mostró de alguna manera que el poder no es una
cosa, o solamente una institución, un palacio, una Asamblea Nacional
que puede ser ocupada. El poder en realidad se siente, como cuando la
represión se hizo presente en los cuerpos de hombres, mujeres y
niñxs movilizados. Entonces el poder no es solamente las
instituciones del Estado, sino sobre todo una forma de relación que
se establece entre los grupos sociales que están en contradicción,
en este caso entre el bloque de poder alrededor del gobierno por un
lado y el bloque indígena popular que hizo el levantamiento. El
poder desde arriba, es además variado y está en muchos lugares, con
esto no quiero decir que las instituciones del Estado no sean
importantes a la hora de establecer los horizontes de la lucha, pero
si es necesario indicar que el levantamiento mostró también otros
lugares desde donde se ejerce el poder. Una de ellos, por ejemplo son
los medios de comunicación nacional privados y aliados al gobierno.
El poder de la tergiversación, de la deslegitimación y del
establecimiento en la sociedad de un imaginario de los levantados
como vándalos, saqueadores, violentos por un lado, y la
victimización de los grupos de poder sean como Estado y fuerzas
armadas, y de las clases acomodadas que supuestamente “solo quieren
la paz y trabajar” por otro. De igual forma, el poder empresarial,
el poder económico de las oligarquías que hicieron llamados a
reprimir y se activaron para defender sus privilegios.
Pero, además hay que rescatar del levantamiento que los pueblos
también disponen y pueden ejercer un otro poder, un poder social,
comunitario y popular: el poder de la movilización, de la
organización, de la articulación entre diferentes sectores
sociales. Ese poder social en forma comunitaria, se vió en la toma
de las gobernaciones y el posterior establecimiento de asambleas
populares y plurinacionales, en el establecimiento de estados de
excepción en los territorios indígenas y comunitarios como forma de
resguardar la integridad física y psicológica de sus pobladores
frente a la represión del Estado. Y más visiblemente el poder que
obligó al gobierno a sentarse a un “dialogo” –aunque los
dirigentes dijeron que solamente iban a entregar un mandato del
pueblo–.
Ese poder social es necesario tenerlo en cuenta, y muestra de todas
formas el lugar y el origen de un poder que sirve a los pueblos y que
se pone frente al poder del Estado. El levantamiento de octubre nos
muestra como un destello, que no solamente es suficiente el poder del
Estado, sea en sus espacios ejecutivos, legislativos, judiciales o
represivos, sino que es también necesario y quizá siempre
imprescindible organizar, sostener y ejercer ese poder social que
nace en las comunidades, en las organizaciones de base –incluso
para empujar a las dirigencias nacionales a actuar en tal o cual
sentido–, ese poder social sin el cual poco se puede hacer para
transformar la sociedad. Ese poder que, como se pudo ver, está y se
cultiva cotidianamente y en los largos tiempos de la historia en las
comunidades, en sus memorias de lucha, en sus cambios y desafíos a
las nuevas realidades –como la migración a las ciudades y el
acceso a la educación y el contacto con otras experiencias de lucha
en las ciudades–.
Cuando nos olvidamos de que ese poder es nuestro, corremos el riesgo
de ser simples espectadores, o receptores pasivos del poder del
Estado mayormente para mal. La memoria corta de la década
progresista nos ha mostrado claramente que el Estado necesita o se
inclina a monopolizar las decisiones de la vida política de la
sociedad y su gente. Es útil recordar cómo las decisiones más
importantes del gobierno excluyeron la participación crítica,
colectiva y autónoma del movimiento indígena, de las organizaciones
feministas y de mujeres así como de los trabajadores, en temas como
la política minera, las leyes de aguas y tierras, la despenalización
del aborto y las leyes laborales, que a la final fueron los centros
de los conflictos con el correísmo. Ese poder desde el Estado tiende
a desmovilizar, como fue la realidad de varios sectores de la
sociedad durante la década progresista, y el intento con el
movimiento indígena y los sindicatos. Se puede decir, ese poder del
Estado tiende a silenciar, borrar, o manipular el poder social de la
gente organizada. Cuando lo logra tenemos simplemente un mando desde
arriba que debe ser obedecido con total sumisión, y con las
consecuencias que se deriven de ello. El poder desde abajo es un
contrapeso a ese poder de Estado, y debe ser mantenido, fortalecido y
expandido, si lo que se busca es subvertir todo el orden de
dominación que explota, oprime y violenta a las personas, a los
pueblos y Madre Tierra.
Kitu, 25 de octubre de 2019
Un buen artículo que explica las contradicciones de clase y las razones de los diferentes levantamientos, que no son de estos últimos tiempos, sino desde los momentos mismos que los pueblos, naciones del Abya Yala, dueños de estas tierras tuvieron que enfrentar con los invasores europeos, defender la libertad, su autonomía y en esas luchas perdieron muchos lideres y lideresas. Recordar esa memoria, como dice el autor, es importante para abrir caminos de esperanza.
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