Contra el neoliberalismo: plurinacionalidad y democracia desde abajo
Otros
han empezado a ir más allá aún, intentan cuestionar el proyecto
político del movimiento indígena y del carácter mismo del Estado
ecuatoriano reconocido en la Constitución de 2008. Así pretenden
instalar en la sociedad algunas ideas como que la CONAIE pretende
crear estados paralelos dentro del estado, que los territorios
indígenas no existen, que la república ha sido generosa porque ha
entregado tierras gratuitamente a los indígenas, que una minoría
poblacional quiere imponer su visión al resto del país, que la
plurinacionalidad a fin de cuentas pone en riesgo a la unidad del
estado-nación, entre otras cosas.
Frente
a eso es necesario indicar que, en primera instancia ese tipo de
ideas no muestran más que la profunda ignorancia de las élites
respecto al proceso histórico del país y del movimiento indígena,
y además su poca capacidad de aprendizaje y transformación respecto
a la historia. De hecho, esas descalificaciones no son nuevas, fueron
idénticas a las que se dijeron por parte de sus padres y abuelos
luego del levantamiento de junio de 1990. Parece que poco se avanzado
en la superación del racismo y la exclusión social de origen colonial en el Ecuador.
En
segundo lugar, es necesario (volver a) señalar que la
plurinacionalidad del estado no ha tenido nunca la intención de
romper la unidad nacional. Al contrario, la plurinacionalidad implica
un proceso democrático profundo que, lejos de dividir el territorio
nacional, busca unificarlo bajo otros términos. Hay que saber que
las sociedades modernas y los estados-nación surgen entre otras
cosas por la división estructural entre una minoría propietaria de
medios de existencia (tierra, capital, tecnología, riqueza, etc) y
una mayoría desposeída y obligada a sobrevivir precariamente de su
propio trabajo y por sus propios medios. Esta realidad es mundial, la
riqueza del planeta está brutalmente concentrada en pocas familias.
No se puede entonces hablar de unidad de la sociedad así tan
vanamente cuando la realidad muestra otra cosa: la injusticia
económica que propician unos pocos sobre las grandes mayorías.
Los
estados-nación, a pesar de las salvaguardas jurídicas y mecanismos
de participación, monopolizan las decisiones más importantes de las
sociedades en nombre del bien común, cuestión que muchas veces en
la práctica terminan respondiendo a intereses privados disfrazados
de interés público, como cuando a nombre de la salvación de las
crisis económicas los grandes, pero minoritarios, grupos económicos
promueven privatizaciones de bienes públicos –es decir de toda la
población– que los benefician únicamente a ellos. De tal forma
que la democracia institucional de los estados nación muchas veces
termina reducida al voto cada cierto tiempo e instrumentalizada por
las élites. La democracia del voto quiere hacer pensar que las
mayorías deciden sobre los temas importantes con la delegación de
su voluntad en personas y partidos políticos (presidente de la
república y asambleístas) cuando en la realidad no representan sus
intereses, ni tienen posibilidad de ser controlados por sus
electores, y en la mayoría de los casos ni siquiera comparten sus
anhelos, sus realidades y problemas. La democracia así concebida
(para bien de las élites) es en realidad una no-democracia porque no
permite que la diversa sociedad exprese y decida efectivamente sobre
asuntos de crucial importancia, como un modelo económico que afecta
a todo el país. La democracia verdadera no se trata de mayorías
–que en realidad son minorías– sino de creación efectiva de
acuerdos y poder de decisión de todos, como individuos pero también
como pueblos, como comunidades, nacionalidades y sectores organizados
de la sociedad.
Por
otro lado, en América Latina los estados-nación se construyeron
sobre profundas desigualdades sociales en términos de racismo y
colonialismo –que ha implicado el despojo de tierras, la ocupación
de territorios, la explotación del trabajo y la exclusión de los
pueblos indígenas, los afro-descendientes, las mujeres y los
sectores mestizos de sectores populares. Los estados-nación
coloniales han construido y promovido una jerarquización social,
donde las élites blancas se colocan en la cima del poder dejando en
la base a las mayorías indígenas, mestizas y afro-descendientes. De
tal forma que, estos estados-nación de origen y estructura colonial
históricamente ha sido poco democráticos respecto a la composición
social de sus naciones y, sobre todo a la posibilidad de decisión
de los pueblos y nacionalidades pre-existentes frente a los caminos
que debe tomar la sociedad y para bien de todos. Esta condición
histórica colonial y excluyente de los estados respecto de las
nacionalidades indígenas, pueblo afro-descendiente y sectores
populares no se cambia con bonos, o “entrega gratuita de tierras”,
ni con puestos dentro de la burocracia estatal. Se cambia con una
re-estructuración profunda de los estados y del poder económico y
social. Una verdadera democracia debe romper con el colonialismo, el
clasismo y el machismo. La plurinacionalidad busca superar el
estado-nación colonial.
Esta
condición anti democrática de facto de las estados-nación se
agrava cuando las políticas neoliberales globales renovadas
–recordemos que en la década de los 90s ya se aplicó en toda la
región con las consecuencias negativas para los sectores más
desposeídos, por ejemplo las crisis económicas y sociales–
pretenden imponerse nuevamente en el país y América Latina. El
neoliberalismo es autoritario, no democrático, la historia chilena
de la dictadura –muchas veces puesta por las élites como ejemplo
del neoliberalismo y que ahora también ha explotado– es el mejor
ejemplo. Y hoy no ha variado mayormente, solo hay que mirar como el
gobierno de Moreno impone la política económica en el país,
acogiendo únicamente las propuestas de las élites económicas y
dejando de lado las de la CONAIE, y de los sectores populares. En
lugar de promover un diálogo nacional entre todos los sectores de la
sociedad –porque una política económica de tal envergadura no
puede ser decidida en la mesa de negocios de unos pocos en desmedro
de la mayoría– ha respondido con violencia, judicialización y
tergiversación de la legitima movilización de octubre. Un gobierno
realmente democrático no impone, busca construir una propuesta con
participación y toma de decisiones efectiva de las mayorías, no de
un grupo de empresarios ávidos por las ganancias desmedidas que
implican las privatizaciones, la regresión de derechos laborales y
la ampliación del extractivismo.
La
plurinacionalidad ha buscado, y busca revertir esa condición
antidemocrática de los estados–nación coloniales y de las
sociedades capitalistas modernas. Hay que recordar que, pese a todo
fue el movimiento indígena, mediante levantamientos en la década de
los 90s y principios del 2000, quién logró detener el avance
arrasador del neoliberalismo en el Ecuador, posibilitando que en 2007
se abrieran posibilidades de transformación de la sociedad y del
estado para el bien de todos los ecuatorianos. Fruto de ese proceso
en 2008 se logró –a pesar de la negativa del gobierno progresista–
la declaratoria del Estado Plurinacional que poco o nada han hechos
los gobiernos de turno por promover su puesta en práctica en la
institucionalidad y la sociedad.
El
trasfondo de la plurinacionalidad no es establecer otros estados
dentro del estado, ni llamar a la división de la sociedad –que de
por si está dividida entre los propietarios y los desposeídos;
entre una élite blanco-mestiza minoritaria y privilegiada y la
mayoría de la población mestiza, indígena, afrodescendiente–. Al
contrario, busca ampliar y mejorar la limitada democracia
institucional dando la posibilidad a que la gente en su mayoría
pueda expresarse y decidir sobre su realidad política y social más
allá de la limitada democracia institucional y del voto. El
ejercicio de los gobiernos comunitarios, de los parlamentos
populares, las asambleas barriales, de la organización social y de
la movilización son instancias y procesos que buscan abrir espacios
de decisión real de la sociedad sobre los caminos a seguir o
construir, frente al monopolio de las decisiones de las élites que
han buscado imponer la política neoliberal del FMI en el país. La
democracia desde la plurinacionalidad supera la limitada visión
elitista de “mayorías” y de la delegación del poder de decisión
en unos pocos –sea el presidente y sus ministros o los asambleístas
a la hora de construir leyes– porque parte de las capacidades
reales de la propia gente en sus comunidades, barrios, asambleas y
organizaciones, donde a pesar de las dificultades existe mayor
cercanía social y sobre todo posibilidad de controlar a los
mandatarios. A esto hay que sumar un saber social para construir
acuerdos entre todos y para el bien común. No se trata de romantizar
ni negar las dificultades, pero si de valorar y promover otras formas
de hacer y vivir en democracia que pueden complementar y coordinarse
con la limitada democracia institucional del estado. Así, lejos de
dividir la llamada unidad nacional, busca cerrar las brechas
democráticas históricamente constituidas por el estado-nación de
raíz y estructura colonial.
La
plurinacionalidad no es una cuestión de indígenas para indígenas
–de hecho la última movilización de octubre estuvo centrada en la
política económica que afecta a toda la población ecuatoriana y no
solamente a pueblos y nacionalidades–, es una propuesta democrática
para todos. Una propuesta que busca devolver el poder de decisión
sobre los asuntos mas importantes de la vida de la sociedad a los
pueblos, a la gente común, a los trabajadores que construyen con su
sudor y energía vital la riqueza de la sociedad. El estado–nación
ha estado históricamente monopolizado por las élites políticas,
sociales y económicas de este país. El neoliberalismo y quienes lo
promueven mediante la imposición, la mentira, la violencia estatal y
el racismo representan la no-democracia, es decir el autoritarismo
disfrazado de interés general de la nación.
Las
élites están acostumbradas a esta democracia limitada, donde los
que deciden, tanto desde el estado como por fuera de él, sobre los
temas más importantes de la sociedad, son ellos y para su exclusivo
beneficio. Su carácter profundamente anti-democrático, racista y
clasista se muestra hoy por hoy promovido por sus medios de
comunicación y por el gobierno de Moreno. Les asusta que la sociedad
organizada, los pueblos y nacionalidades, las comunidades, los
barrios populares, las mujeres populares, los trabajadores alcen su
voz reclamando no otra cosa que una democracia verdadera, que
posibilite decidir a todxs sobre lo que a todxs nos afecta. La
plurinacionalidad posibilita el ejercicio efectivo y concreto de una
verdadera democracia.
Quito,
diciembre de 2019
Muy cierto. Los estados-nacion de América Latina se erigieron sobre los pueblos nativos y mestizos pobres con la misma estructura social de castas de Europa. Y eso no ha cambiado. Es necesario por tanto, buscar una re estructuración profunda para lograr un estado plurinacional.
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