Sobre la "ancestralidad" de los pueblos indígenas. Unas pequeñas dudas
Inti Cartuche Vacacela
Escribimos estas líneas pensando algunas cosas. En primer lugar,
creemos que es importante cuestionar nuestras formas de pensar,
actuar y decir sobre nosotros mismos. En segundo lugar, deseamos contribuir a
través de la reflexión sobre nosotros mismos a construir caminos
que nos permitan liberarnos como seres humanos, como runas en
el sentido amplio del término. En tercer lugar, lo que sigue a
continuación no son más que ideas sobre el tema, por tanto están
abiertas a la conversación, al rimanakuy, práctica colectiva
de discusión que nuestras comunidades (rurales y urbanas, tomando en
cuenta las nuevas realidades indígenas), en la organizaciones. Es una invitación al debate.
1. La identidad es una auto-identificación, una cierta forma de
asumirnos como individuos y colectivo a algo que nos hace diferentes
a otros grupo humanos. Pero también la identidad se construye en
contraposición a otros grupos humanos. Por ejemplo, somos runas
(kichwas, shuar, achuar, etc.),
diferentes en algunos aspectos en relación al resto de población.
Entonces nuestras identidades siempre se refieren a un “nosotros”
frente a los “otros”, aunque no de forma radical o total porque a
pesar de nuestras diferencias con otros pueblos hemos compartido una
misma historia, a veces separados, a veces juntos. Una historia de
dominación, pero también de lucha. Recordemos que los afro
ecuatorianos y la población mestiza empobrecida también comparte
con los pueblos indígenas similares condiciones de explotación,
exclusión y dominación. Somos diferentes, sí, pero también
iguales frente al capitalismo.
2. Las identidades, no solamente las indígenas, cambian
constantemente, se transforman con la historia, con las realidades en
las que operan. Cambiamos en relación al tiempo y al espacio. No
somos iguales a nuestros abuelos-abuelas que vivieron hace treinta
cuarenta años porque las condiciones sociales, económicas y
políticas de ese tiempo no son las mismas que ahora. Por tanto, las
identidades también se construyen desde el exterior, desde la
sociedad, y también desde el estado (recordemos que durante mucho
tiempo el estado nación consideró a los pueblos indígenas como
campesinos, y nosotros en muchas veces lo asumimos como tal).
3. Como el ser humano construye su realidad y a si mismo a partir de
su constante relación con la naturaleza por medio de la
producción-consumo, no es lo mismo ser indígena en la ciudad que en
el campo. Entonces nuestra forma de ser runa cambia también
con el lugar, y sobre todo con la forma en que construimos nuestra
vida.
4. En los últimos tiempos hemos empezado a pensarnos desde la
“ancestralidad” como si no hubiéramos sido afectados por el
desarrollo de la modernidad y del capitalismo. Nuestros pueblos han
sido transformados por la conquista, por la colonia, por los estados
nacionales y por el capitalismo. A pesar de que muchas formas
sociales culturales de nuestros pueblos han persistido neciamente el
genocidio, el etnocidio y la explotación-dominación indudablemente
ha existido un proceso de transformación – resistencia lo cual nos
hace ser sujetos, dominados hasta ahora, pero sujetos al fin.
5. Consecuencia de lo anterior, la “identidad ancestral” no
existe como un continuo inalterable desde una época antigua hasta la
actualidad. La noción de “ancestralidad” es una concepción
lineal y progresista de la historia propia de la modernidad europea,
a la cual pretende cuestionar sin saber que es producto de ella
misma. Lo que si existe es un legado histórico cultural que puede
pervivir, o desaparecer, transformarse en el tiempo-espacio, es decir
lo que si existe son nuestras identidades y pueblos transformándose
continuamente bajo la presión de la colonia, de los estados nación,
del capitalismo, y también por nuestras propias luchas como pueblos.
Persistir en “lo ancestral” de una forma fundamentalista, nos
saca de la historia, del presente y de la posibilidad de determinar
un futuro. Lo ancestral entendido como una identidad invariable en el
tiempo simplemente nos transforma de sujetos en objetos, en piezas de
museo.
6. La idea de “ancestralidad” conlleva a pensarnos como objetos y
no como sujetos de la historia. Los seres humanos al vivir en
comunidad o en sociedad construimos un poder social, una capacidad de
determinar nuestra vida en comunidad y en relación a la naturaleza.
Esa capacidad es nuestra potencia política, el ushay y el
pushay en kichwa. Es justamente esta capacidad, esta sujetidad
la que nos quitamos cuando pensamos nuestra identidad y nuestros
pueblos desde la “ancestralidad” fundamentalista. Al contrario,
esa potencia política ushay-pushay nos ha permitido
sobrevivir hasta ahora como pueblos, no la “ancestralidad”.
Incluso desde la misma concepción kichwa del término ñawpa no
existe la “ancestralidad” sino como un continuo proceso
dialéctico entre el pasado “ñawpa
– tiempo” y el futuro “ñawpa
– adelante” que se construye en el presente (kay
pacha). La idea kichwa
ñawpa del devenir del
tiempo-espacio no parte de un pasado que se va superando de forma
progresista hacia un futuro. El devenir del tiempo-espacio no es la
pervivencia invariable de lo ancestral, sino la continua
transformación dialéctica del pasado en el presente. Miramos el
pasado, no para continuarlos ciegamente, sino para aprehender la
experiencia y construir algo en la actualidad.
7. La “ancestralidad” es una nueva forma de colonización de
nuestros pueblos e identidades. En tiempo de la colonia se nos
consideraba “pueblos sin historia”, pueblos que supuestamente nos
habíamos quedado congelados en el tiempo y por fuera de la
civilización humana, rezagos de humanidad nos consideraban los
colonizadores. Y desde ese discurso colonizador se nos consideró
inferiores y por tanto posibles de explotar y dominar, de eliminar en
muchos casos. En la actualidad, el capitalismo ha forjado nuevas
ideologías para explotar-dominar a los pueblos. Uno de ellos es el
multiculturalismo, que a diferencia de las épocas coloniales
considera que “es bueno (para los negocios) respetar a las culturas
diferentes”, que hay derecho de que existan pueblos diferentes al
europeo moderno, siempre y cuando no cuestionen o pretendan
transformar la explotación capitalista. La ideología de la
ancestralidad, como una variante del multiculturalismo capitalista,
nos vuelve nuevamente a la época de la colonia. Bajo el manto de una
supuesta invariabilidad de nuestras identidades y pueblos nos
convierte en “pueblos sin historia”. En la época actual, “es
bueno respetar la ancestralidad de los indígenas” porque es bueno
para los negocios, pues como piezas de museo se pueden consumir en
los supermercados modernos de las identidades.
8. La identidad indígena entonces debe reconocerse no en su
ancestralidad sino en su historicidad, es decir, en un proceso
vivo, que se modifica, se supera en el presente continuamente, en su
historicidad. El capitalismo quiere que seamos objetos sujetados a
los objetivos de la acumulación, no quiere que seamos sujetos de la
historia, los objetos no se liberan, los sujetos si. Por eso debemos
pensarnos como pueblos indígenas con historia y en la historia para
poder sobrevivir y trastocar el sistema actual.
9. Pero no se trata de negar nuestros legados históricos, ni
nuestras identidades sino de quitarnos esa niebla ideológica
sospechosa de la ancestralidad que no nos permite ver realmente
quienes somos, de donde venimos y hacia donde podemos ir. La
ancestralidad nos idealiza, y al hacerlo no nos deja ver nuestros
errores desde dónde podemos ahora aprender y actuar. No se trata de
satanizar ni de idealizar. Nuestras identidades y culturas, como
construcciones históricas, han servido para hacer frente a las
diferentes dimensiones de la dominación que se nos han sido
impuestas desde la conquista, por poner un ejemplo el ethos
comunitario ha permitido desarrollar organizaciones, hacer propuestas
políticas y la lucha concreta al capitalismo. Sin embargo, hay que
indicar que cuando optamos por el fundamentalismo de la identidad,
como la ancestralidad, lejos de ser un apoyo a la lucha por nuestra
liberación como pueblos, sostenemos nuevas formas de colonización y
dominación ya que reduce la lucha solo a la cuestión cultural
identitaria. Situarnos allí nos separa de otros sectores sociales
con quienes compartimos similares condiciones y con quienes podemos y
necesitamos hacer frente al sistema actual.
10. Para cerrar, nuestras mamas y taytas, no
ancestrales, sino históricos, tuvieron la lucidez de situar
adecuadamente la cultura y la identidad en la lucha por la liberación
de los pueblos: “Mirar con ambos ojos, como indios, pero también
como pobres”. Nuestra identidad, nuestra cultura, como
construcciones históricas y concretas, debe servirnos para alumbrar
caminos de emancipación como runas en los dos sentidos del
término kichwa: como pueblos indígenas, pero también como seres
humanos. Al hacerlo así nuestras luchas no solamente son desde y
para los pueblos indígenas, sino que en el fondo también son desde
y para todos los pueblos del mundo sometidos a la explotación y
dominación del capitalismo. Creo que tomando en cuenta ese legado
histórico (no ancestral) podemos en verdad honrar y dar continuidad
a la lucha de nuestros taytas y mamas. Se
trata entonces de “encender en la historia la chispa de la esperanza”, que nuestro pasado sirva para
construir una sociedad libre y más justa, y no que alimente los museos posmodernos del consumo de lo exótico.
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