Reflexiones en torno a la interculturalidad del diálogo y del encuentro. Por una interculturalidad crítica.
En
las líneas que siguen reflexiono en torno a una categoría muy
puesta de moda en los últimos tiempos en todo el ámbito político y
social del mundo. Por todas partes, la antigua imagen de pueblos y
naciones separados, enfrentados culturalmente, el famoso choque de
civilizaciones de Huntington se ha convertido en un celebrado
encuentro entre los "diversos", entre las diferentes
culturas del mundo. El racismo es ahora políticamente incorrecto
para gran parte de la población mundial. Se ha levantado la bandera
de la una interculturalidad que raya en lo que Fredric Jameson llama la
"lógica cultural del capitalismo avanzado", es decir la
ideología multicultural. Lo que sigue, son reflexiones en torno a la
interculturalidad del encuentro inofensivo, despolitizado.
Identidades,
Estado e Interculturalidad
La
identidad cultural no es algo dado, no es natural, es una
construcción social histórica forjada por determinado sujeto social.
Tal construcción no es un proceso cerrado, está abierto a la
influencia de otras sociedades, de los procesos económicos, y por su
puesto del Estado. Por tanto hay que considerar que la identidad
cultural no es una categoría natural dada definitivamente, está
determinada por la historia y por las relaciones sociales, políticas
y económicas que la afectan.
Uno
de los actores centrales en las sociedades modernas es el Estado.
Este puede jugar un papel poderoso, a través de las leyes, a la
hora de definir identidades culturales y sobre todo convertirlas en
identidades políticas. Mamdani (2003) muestra como ejemplo el caso del África colonial donde el poder
político del gobierno “fracturó
la identidad singular, racial y mayoritaria, nativa, en varias
identidades minoritarias plurales y étnicas: las tribus”
(Mamdani, 2003: 52). Durante la colonia africana, mediante la acción
de ciertas políticas, un grupo de población nativa,
concebida como indígenas, se transforma entonces en tribus,
mientras
otro grupo de población no nativa
(toda
la población europea, asiáticos, árabes entre otros), se
transforma en razas.
Sin
embargo, la posterior redefinición de la población no queda en un
hecho de diferenciación cultural sino que avanza a la definición
legal, la población bajo la denominación de raza tienen una sola
ley: el derecho romano, mientras las poblaciones agrupadas como
tribus o grupos étnicos tienen, cada uno, sus propios usos y
costumbres, no existía una sola ley que los gobierne.
El
Estado puede borrar las diferencias culturales de ciertas
poblaciones, pero es importante tener en cuenta que también puede
crearlas o también reforzarlas a través de sus sistema político
legal, en el caso africano, el autor, afirma que la política hacia
los grupos étnicos fue de refuerzo a la diferenciación cultural,
convertida en sistemas legales diferentes.
Aun
más, el Estado puede incluso escencializar las diferencias
culturales existentes, es decir, las identidades étnicas de
determinado grupo de población pueden ser obligadas a permanecer
fijas en el tiempo, a no cambiar, a permanecer en sus tradiciones
puras y originales, incluso si el caso lo amerita a volver a las
condiciones originales. Existe entonces la posibilidad de generar
condiciones para el fundamentalismo étnico a través de la
generación de leyes que promuevan tales condiciones2,
así como promover visiones a-históricas sobre las diferencias y los
pueblos y culturas.
El
Estado puede transformar las identidades culturales de cierto grupo
étnico en identidades políticas. Mamdani (2203) hace una diferencia
entre los dos: la identidad cultural se construye por el consenso, es
voluntaria y pueden ser múltiples, mientras la identidad política
es impuesta por los órganos legales y administrativos del Estado. Y
esta identificación política puede dar pie a procesos de
discriminación inter étnica negativa, a racismos y exclusión, de
construcción de una diferenciación étnica radical e incluso
inconmensurable apoyados del poder del Estado. Por tanto existe una
estrecha relación entre la identidad cultural y el poder, las
identidades culturales no solamente son fruto de una construcción
social histórica sino también puede ser fruto de la intervención
estatal, tanto si las crea, las niega o las fortalece en dependencia
a determinados intereses político económicos de la clase en el
poder.
A
partir de lo anterior podemos pensar que el discurso de la
interculturalidad entendido como el reconocimiento y el encuentro
entre culturas diferentes tiene serios límites ya que este
reconocimiento y encuentro siempre se va a realizar dentro del
contexto real que es la nación y el Estado moderno. Este tiene la
capacidad de provocar reconocimientos y encuentros a través de su
normativa legal, pero otro lado como vimos, existe la posibilidad de
que no suceda así. El Estado, como lo han indicado largamente las
corrientes críticas de las ciencias sociales, no es un ente neutral,
dentro de sus estructuras están representados intereses políticos,
económicos con cargas de prejuicios sociales históricos. El Estado
es un representante de una clase social, como lo muestra tiene la capacidad de forjar identidades políticas de acuerdo a
ciertos intereses, puede promover el dialogo pero al mismo
tiempo puede forjar diferencias irreconciliables entre grupos
sociales.
Desde
este punto de vista la interculturalidad no puede pensarse en el
vacío, sin tomar en cuenta el poder del Estado sobre las poblaciones
culturalmente diferentes, y en específico, para generar procesos de
diferenciación y de discriminación étnica. El Estado a través de
su aparato legal puede escencializar determinadas identidades, puede
borrar ciertas identidades o puede promover las diferencias, de igual
forma puede promover un dialogo, pero también puede generar
discriminación, promoverlo o reforzarlo.
Por
otro lado es necesario tomar en cuenta que el Estado como hemos dicho
está impregnado de determinados intereses políticos y económicos
de cierto grupo social. Tomando en cuenta el papel del Estado sobre
la sociedad, la interculturalidad tampoco puede ignorar las
relaciones de poder existentes en la sociedad, las diferencias reales
de poder político entre grupos diferentes y también el poder del
estado para garantizar o transformar esas diferencias de poder. Basta
tomar como ejemplo el caso latinoamericano donde los pueblos y
nacionalidades indígenas y afroamericanas se encuentran en total
situación de desigualdad política, económica y social frente a la
población mestiza. En ese contexto, por demás conocido, no se puede
pensar la interculturalidad como el encuentro inocente, sino que debe
ser una crítica a las estructuras sociales que provocan diferencias
y desigualdades.
El
reconocimiento de la diversidad puede ser un proceso sencillo, sin
embargo, puede quedarse en eso, generando una visión
multiculturalista de la sociedad, en una especie de tolerancia de la
diversidad. El dialogo entre esas diversidades supone ir un paso más
allá del simple reconocimiento, supone el encuentro y des-encuentro.
Pero ese dialogo necesariamente tiene que producirse entre iguales,
entre grupos sociales que disponen de las mismas condiciones sociales
y sobre todo de poder político para que se posible entablar un
verdadero dialogo, y es ahí donde necesitamos mirar hacia el Estado
como ente que debería propiciar esa equidad.
Por
tanto una interculturalidad crítica que en realidad transforme las
desigualdades sociales debe tomar en cuenta las relaciones de poder
en la sociedad y el poder del estado para transformarla, el diálogo
es posible solamente desde una transformación de las estructuras
sociales que generan desigualdades sociales y políticas, solamente
así se podría escapar al simple elogio de las diversidades y a ese
reconocimiento multiculturalista que no se atreve a mirar las
diferencias políticas y sociales que también generar
diferenciación.
La
experiencia del genocidio de Rwanda como se muestra en el trabajo de
Mamdani, en donde a partir de la diferenciación étnica convertida
en diferenciación política unida a los intereses de un grupo social
y a su condición de poder dentro del Estado nos muestra los límites
de un discurso intercultural celebrado por fuera de las posibilidades
reales dentro de sociedades, como las latinoamericanas, repleta de
desigualdades de todo tipo, pero sobre todo de poder político que
condicionan fuertemente los márgenes, los campos, y las condiciones
de una dialogo intercultural. Una interculturalidad entendido como
simple encuentro entre diferentes termina ocultando esas
desigualdades y a la final despolitizándolas.
Mas
que un encuentro y dialogo, como si todos dispondríamos de las
mismas condiciones de poder político en la sociedad y dentro del
Estado para poder generarlo, necesitamos entender la
interculturalidad desde el conflicto. Esto implica reconocer las
diferencias culturales, pero relacionarlas estrechamente a las
desigualdades políticas y económicas que las niegan, que las
promueven o las desconocen, tanto desde la sociedad como desde el
Estado. El conflicto implica cuestionar la interculturalidad como un
proyecto pacificador de las sociedades históricamente diversas como
las latinoamericanas, que tiende a hacer desvanecer las diferencias
de poder entre los diferentes. De ahí que desde diferentes
organizaciones sociales y sobre todo desde los movimientos indígenas
de América Latina la noción de interculturalidad, que yo prefiero
llamar crítica, ha estado unida siempre a una propuesta de
transformación de los estados nacionales modernos, de tal forma que
sobre la base de una nueva estructura estatal, unas condiciones
económicas más justas, se puedan generar en la sociedad otros
acercamientos entre diferentes culturas que conviven en la región.
Neoliberalismo,
diversidad cultural e interculturalismo
Por
otro lado, también es pertinente dudar de la interculturalidad del
dialogo y encuentro (interculturalismo) dentro del contexto del
neoliberalismo global, y de su ideología cultural. El neoliberalismo
tiene en sus principios a la libertad individual y al libre mercado,
se trata de no restringir el libre desarrollo de las libertades
empresariales del individuo ligada a la propiedad privada y al
comercio. Y dentro de su ideología se vuelve posible el
aparecimiento de un brote ideológico que reconoce la diversidad
cultural, que, aunque no creada por él, es aprovechada e incluso
fomentada como mecanismo para acrecentar la acumulación y en este
sentido el neoliberalismo es compatible con ese “impulso cultural”
llamada posmodernismo. En este aspecto Harvey afirma con claridad:
La retórica neoliberal, con su
énfasis fundacional en las libertades individuales, tiene el poder
de escindir el libertarismo, la política de la identidad, el
multiculturalismo […] El neoliberalismo no crea tales distinciones,
pero puede explotarlas fácilmente, cuando no fomentarlas (Harvey,
2007: 18).
Dentro
del actual proceso de expansión y consolidación de la globalización
capitalista neoliberal se hace presente una creciente emergencia con
diferentes matices y escalas de las diversidades culturales,
nacionalistas y étnicas, dando al traste la común noción de que la
globalización necesariamente homogeniza las diferencias. Por el
contrario, ese proceso es un resultado de la actual mundialización
del capital, y “no es algo que ocurre sólo a contracorriente de la
globalización, sino que se trata de un movimiento impulsado de algún
modo por su oleaje” (Díaz Polanco, 2010: 3). En el mismo sentido
se afirma que las identidades que se construyen en esta etapa del
capital globalizado no son contrarias ni se resisten al proceso de
globalización capitalista sino por el contrario son su compañero
natural y su vástago legítimo. Así, el principio neoliberal de la
individualización como fragmentación social se muestra compatible
con la identidad y la diferencia cultural cada vez más elogiada, y
promovida, pues
[…] la globalización funciona
más bien como una inmensa maquinaria de “inclusión” universal
que busca crear un espacio liso, sin rugosidades, en el que las
identidades puedan deslizarse, articularse y circular en condiciones
que sean favorables para el capital globalizado (Díaz Polanco, 2010:
2).
Dentro
de este contexto de globalización neoliberal y de emergencia de
identidades y diferenciación cultural exacerbada, donde la
diversidad cultural no solamente que se promueve y se exalta sino que
va convirtiéndose en una necesidad para las multinacionales3
en miras a tener mayor beneficio, es necesario dudar si el discurso
interculturalista, entendido este como dialogo y encuentro de las
diferencias, no es otra forma de multiculturalismo posmoderno, pues
solamente se queda en el elogio de una realidad, no existe una
crítica a las diferencias políticas económicas y sociales, no
apunta
a una emancipación social. Más bien cuando surge una posibilidad de
contradicción al capitalismo neoliberal global la respuesta del
sistema es la “etnofagia” (Díaz Polanco, 2010), entendida ésta
como el abandono de los programas y las acciones explícitamente
encaminados a destruir la cultura de los grupos étnicos a cambio de
la adopción de un proyecto de más largo plazo que apuesta al efecto
absorbente y asimilador de las múltiples fuerzas que pone en juego
el sistema4
y mas específicamente el estado.
Y
aquí nuevamente volvemos al punto anterior: la importancia del
Estado, o mejor dicho del carácter de éste, en relación a la
diversidad cultural. Habíamos dicho que el Estado impulsado bajo ciertos intereses económicos y
políticos tiene la capacidad de generar y materializar diferencias
culturales y convertirlas así en diferencias políticas con las
consecuencias que pudieran tener. A esto habría que agregar que el
mismo Estado también puede funcionar como un disipador de conflictos
culturales y sociales, pero no por la vía de una transformación de
estructuras políticas, económicas y sociales sino por la vía de la
inclusión de la diferencias, vaciándolas así de cualquier
contenido anti sistema que estas diferencias puedan tener, incluso si
manejase un discurso de “defensor de la diversidad”, en este
sentido:
[…] el Estado puede presentarse
como el garante o el “defensor” de los valores étnicos,
especialmente cuando su política debe atenuar los efectos de los
brutales procedimientos del capitalismo salvaje o tropieza con los
toscos métodos etnocidas de sectores recalcitrantes que no
comprenden las sutilezas de la etnofagia. En el tiempo de la
etnofagia, la “protección” estatal de las culturas indias
alcanza su máximo carácter diversionista. En segundo término, se
alienta la “participación” (las políticas “participativas”
tan de moda a partir de los ochenta) de los miembros de los grupos
étnicos, procurando que un número cada vez mayor de éstos se
conviertan en promotores de la integración “por propia voluntad”
(Díaz Polanco, 2010: 15).
En
este mismo sentido Walsh afirma que:
[…] "las
culturas" aparecen como totalidades, cada una con su contenido,
tradición y costumbres identificables, mantenidos en un tiempo
mítico y utópico, bajo el supuesto actual de la tolerancia e
igualdad. Pero, mientras que el Estado reconoce la diversidad étnica
y otorga derechos específicos, el hecho de reducirlo a una salida
solo para los grupos étnicos limita la esfera del cambio a la
particularidad étnica (promoviendo así un cierto tipo de
relativismo cultural) (Walsh:
2002: 7).
Por
tanto, si no tomamos en cuenta esta posibilidad del Estado, podríamos
hablar de que la interculturalidad del dialogo y el encuentro
(interculturalismo) como un discurso despolitizador, elogiador de la
diversidad y lo exótico pero al mismo tiempo cómplice de las
diferencias estructurales y materiales de los pueblos. Este discurso
no solamente se articula en la sociedad y las personas, sino que
también funciona dentro del Estado como un discurso que dicta las
políticas públicas hacía la población diversa. Pero estas
políticas (sean éstas de respeto, de promoción, de adopción, o
inclusión) siempre van en el sentido de fortalecer la dominación y
explotación, pues van siempre en dirección de un reconocimiento de
la diferencia cultural, pero al mismo tiempo no reconoce las
diferencias económicas, políticas y sociales de los diferentes. La
solución no es desconocer las diferencias culturales en pos de la
igualdad económica, sino más bien ligarlas para poder construir
políticas estatales que logren romper las múltiples dominaciones
sociales en juego, atacando las desigualdades económicas y las
simbólicas referidas a las distinciones culturales5.
Una
interculturalidad crítica y transformadora
Una
interculturalidad transformadora debe tomar en cuenta necesariamente
entonces el carácter del Estado, como una institución no neutral,
ni cultural ni políticamente hablando. El problema a la hora de
querer generar una interculturalidad transformadora es que el Estado
como representante de una clase social y grupo cultural específico
cargado de intereses políticos y económicos tiene la capacidad de
negar, de elogiar, incluir o de negar y desaparecer las diferencias
culturales según sus propios intereses. Por tal razón la
interculturalidad transformadora no puede realizarse solamente desde
la sociedad, desde la voluntad individual o de grupo, sino que debe
pasar necesariamente por la transformación de las estructuras
estatales así como de las económicas y sociales.
La
globalización neoliberal, y el estado inserto dentro de ese molde
global pueden entonces promover y tolerar las diferencias culturales
siempre y cuando sean despojadas de su carácter contrario,
conflictivo a su proceso. Si ese es el caso, el interculturalismo
funcionaría como un dispositivo discursivo que vacía de contenido
las luchas de movimientos y grupos étnicos de carácter
emancipatorio. Pone más atención al reconocimiento de la
diferencia, a un supuesto dialogo (que a su vez cree en la ilusoria
posibilidad de dialogo entre dominadores y dominados) y a la
inclusión de esas diferencias dentro del aparato del Estado a través
de la promoción de leyes respectivas, que al cambio en las
estructuras económicas que generan desigualdad social y política.
Es decir, reconoce las diferencias culturales, pero al mismo tiempo
evita tocar temas de fondo como el carácter excluyentemente político
del estado, su estructura y modo de producción económico,
dimensiones que necesariamente deben ser transformados para construir
una sociedad equitativa donde realmente se pueda producir un dialogo
y una ecología de saberes (Sousa Santos, 2009). Esta posibilidad
propuesta por el sociólogo portugués es posible siempre y cuando
exista igualdad en cuanto a condiciones materiales de existencia, y
por ende de poder político.
Ahora,
si tenemos en cuenta, que la interculturalidad del encuentro coloca a
las identidades diversas como los sujetos de dicho diálogo, es
necesario pensar hasta que punto esas identidades culturales no son
sino producto de la misma fragmentación social del neoliberalismo
globalizado. Al respecto, Héctor Díaz Polanco señala que dentro
del contexto de la globalización neoliberal imperante el proceso de
emergencia de identidades y diferencias culturales produce dos
corrientes diferentes. La primera, relacionada a la emergencia de
unas identidades que, a través de la construcción de fronteras
culturales, buscan defender lo poco o mucho que queda de la comunidad
tradicional, construcción previa a la globalización, donde las
identidades todavía responde mayoritariamente a las estructuras
sociales internas de la comunidad, y de alguna manera no responden
totalmente a la influencia del capitalismo moderno.
La
segunda, relacionada al proceso cada vez mayor de fragmentación
social, de individualización de la sociedad y de
los individuos. Es una respuesta (acrítica) de la globalización,
donde las identidades (identificación) son de carácter efímero, yo
diría despolitizadas en tanto buscan solamente dar respuesta a una
condición de soledad social a la que los individuos son llevados por
el capitalismo globalizado. Este tipo de identidad
[…] es un sucedáneo de lo
colectivo, regularmente inocuo para el sistema globalizante e
individualizador. Al no superar la individualización, la
identificación crea la ilusión de una comunidad salvadora; o si se
quiere: crea una “comunidad” en el marco de la lógica global o
un conglomerado ya globalizado para cualquier efecto. El sistema
globalizado proporciona los elementos y las condiciones que hacen
posible esa “comunidad” (Díaz Polanco, 2010: 9).
La
interculturalidad del dialogo y del encuentro en este contexto se
convertiría en una especie de unión efímera de los fragmentos
sociales o de esas comunidades efímeras despolitizadas, que por su
misma condición no pueden establecer un proyecto de emancipación
que vaya más allá del éxtasis de lo diverso. Esta
interculturalidad es simplemente un mecanismo purificador de la
intolerancia étnica y social, ya que actualmente no es posible
sostener abiertamente discursos racistas e intolerantes. De ahí que
sea necesario entonces adoptar un discurso contrario que “valore”
la diversidad cultural. Pero en tanto acrítica del estado y de las
relaciones sociales de dominación y explotación que este promueve,
el discurso del dialogo y del encuentro se vuelve una especie de
disolvente de los conflictos sociales y políticos, diría una nueva
etapa de folclorización de las diferencias. Si antes se miraba lo
exótico desde la lejanía, ahora se pretende un acercamiento, se
disfruta del encuentro, se dialoga un momento y luego volvemos al
mismo camino del día a día que el sistema impone. Una especie de
posibilidad de consumo de lo diverso en el contexto de la
globalización neoliberal, donde se necesita justamente de la
mercancía a consumir y también de su propaganda6.
En
contra de esa asunción despolitizada de la interculturalidad, una
propuesta emancipatoria, que realmente recoja los diferentes saberes,
conocimientos, valores, las diferentes ecologías y promueva el
dialogo y el encuentro entre ellas necesita del fortalecimiento de
las identidades y la diferencia cultural, pero de aquellas que Díaz
Polanco]
caracteriza como ancladas a comunidades tradicionales que no
responden a la globalización. En tanto estas no son totalmente un
producto de la fragmentación social y la individualización, en
ellas se pueden aún rescatar, fortalecer y promover valores y
practicas sociales contrarias al capitalismo global, o que pueden
servir como anclaje para la construcción de nuevas formas de hacer y
ser frente al capital. Es claro que esas formas de identidad, más allá de las
manifestaciones externas y religiosas como pueden ser la vestimenta,
las fiestas y la cosmovisión,
están ancladas en la comunidad como un todo social estructurado y
situado en un lugar y sobre todo
“realmente existente”.
Es justamente en la comunidad donde se hace posible la resistencia y
la propuesta contra el capital global, pues estas en cierto sentido,
y a pesar de su creciente inclusión dentro del sistema global
todavía responden a lógicas contrarias al capital.
Sin
embargo, no es suficiente “la defensa de la comunidad local”
para
promover una interculturalidad transformadora. Es necesario, como
hemos visto, tomar en cuenta el carácter del Estado, su capacidad de
transformación de las sociedades en el plano de la identidad desde
los intereses políticos e históricos,
así como las relaciones económicas y sociales que el Estado
promueve. Una interculturalidad transformadora tiene que promover la
superación de las desigualdades económicas políticas y sociales
como requisito previo al dialogo de diferentes. Superar esas
condiciones necesita que esas comunidades tengan la capacidad de
dialogar y articular procesos emancipatorios en vista de construir
una propuesta de alcance nacional, que vaya más allá de la
reivindicación de lo étnico, pero que tampoco lo niegue. Tener la
capacidad de mirar las diferencias desde lo político más que desde
lo cultural, para así evitar la despolitización que promueve la
globalización capitalista. Así la interculturalidad en tanto
relacionada a la política puede convertirse en una herramienta para
procesos de emancipación y no ser meramente un discurso que reconoce
las diversidades inofensivas y consecuentes con la dominación.
Bibliografía
citada
Díaz
Polanco, Héctor (2010). “Diez Tesis sobre identidad, diversidad y
globalización”. En Revista del Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). México DF:
CIESAS.
Fraser,
Nancy (2008). “La justicia social en la era de la política de
identidad: redistribución, reconocimiento y participación”. En:
Revista de Trabajo, No 6, Año 4: 83 – 101 pp.
Harvey,
David (2007). Breve Historia del Neoliberalismo. Barcelona: Akal.
Lao-Montes,
Agustín (s/f). Crisis de la Civilización Occidental Capitalista y
Movimientos Antisistémicos. Manuscrito no publicado. Maestría en
Sociología FLACSO.
Mamdani,
Mahmood (2003). “Darle sentido histórico a la violencia política
en el Africa poscolonial”. En: Istor, No 14: 48-68 pp.
Sousa
Santos, Boaventura (2009). Una epistemología del sur: la reinvención
del conocimiento y la emancipación social. Buenos Aires: CLACSO,
Siglo XXI.
Walsh,
Catherine (2002). “(De) construir la interculturalidad.
Consideraciones críticas desde la política, la colonialidad y los
movimientos indígenas y negros en el Ecuador”. En: N. Fuller (ed.)
Interculturalidad y Política. Desafíos y posibilidades. Lima: Red
para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.
1
Agustín Lao-Montes(s/f: 6) aclara contundentemente a que debemos
referirnos con civilización occidental u occidente: “usamos el
concepto de civilización occidental capitalista para referirnos a
las lógicas dominantes de economía, gobierno, conocimiento,
estética, y subjetividad que surgen y se mantienen a partir de la
emergencia del patrón de poder moderno/colonial imperante en los
procesos de globalización que emergen en el largo siglo XVI. En
este registro, la civilización occidental capitalista significa una
lógica civilizacional (es decir, un paradigma de vida) regido por
la búsqueda desmedida de ganancia, relaciones mercantiles de
competencia, formas de gobierno que separa jerárquicamente
gobernantes y gobernados, y valorizaciones estético-culturales y
epistémicas que afirman la superioridad de los sujetos y culturas
Europeas y Euro descendientes sobre el resto de la humanidad”.
2
Para Mamdani (2003) este sería el
origen de toda la violencia étnica y religiosa del periodo
poscolonial en el África.
3
Como el caso citado en Mamdani (2003) de multinacionales que promueven el marketing étnico.
4
No era el abandono de la meta
integrante, sino su promoción por
otros medios. No
se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque
violento de las otras identidades, sino su disolución gradual
mediante la atracción, la seducción y la transformación la nueva
política es cada vez menos la suma de las acciones persecutorias y
de los ataques directos a la diferencia, y cada vez más el conjunto
de los imanes socioculturales y económicos desplegados para atraer,
desarticular y disolver a los grupos diferentes (Diaz Polanco, 2010).
5
Sobre
el debate de si es prioritario el reconocimiento de las diferencias
culturales o la redistribución económica puede revisarse Nancy
Frazer (2008).
La justicia social en la era de la política de identidad:
redistribución, reconocimiento y participación. En: Revista de
Trabajo, No 6, Año 4: 83 – 101 pp. La autora sostiene que no se
puede pensar un reconocimiento cultural sin asumir las desigualdades
económicas.
6
La etnofagia universal no puede operar sin un enfoque de afirmación
de la diversidad, de exaltación de la diferencia, de “seducción”
de lo Otro, y, particularmente, sin una teoría que precise las
condiciones y prerrequisitos en que las identidades pueden ser
aceptadas, es decir, los “límites de la tolerancia” neoliberal
hacia lo diferente. Ambas cosas es lo que ofrece el
multiculturalismo (Díaz Polanco, 2010: 17).
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