De la plurinacionalidad del Estado a los gobiernos comunitarios
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kakpi, yana kakpi, mishu kakpipash
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tayta tukuykunaman achikyachun
Mama Dolores Cacuango
Una de
las principales demandas y propuestas que la CONAIE ha impulsado durante su
vida organizativa y política desde su fundación en 1986 ha sido la
plurinacionalidad. Propuesta que ha significado un cuestionamiento a la
estructura política del Estado uninacional y de la exclusión-explotación a la
que los pueblos y nacionalidades indígenas hemos sido sometidos por dichas estructuras.
Según algunos estudios recientes por parte de intelectuales ligados al propio
movimiento, la noción de plurinacionalidad ya habría aparecido décadas antes de
la fundación de la CONAIE. Sin embargo, dicha demanda se colocó al debate
nacional a partir del primer levantamiento indígena en junio de 1990. Desde
entonces ha sido la bandera política de lucha de las organizaciones indígenas.
La
plurinacionalidad es una noción que se ha ido construyendo en el camino por las
propias organizaciones en varios niveles. Ha cambiado en su forma, en su
significado y en sus alcances, en sus límites siempre en relación al Estado. De
ahí que, luego de treinta años de vida organizativa es necesario reflexionar
sobre su horizonte conceptual y político con la finalidad de mirar qué se ha
dejado de lado, qué se ha incorporado y que ha cambiado. De esa forma se pueden
vislumbrar estrategias y marcos de acción claros más aún cuando la constitución
ha reconocido de alguna forma la plurinacionalidad del Estado. Esa es la
finalidad de las reflexiones que siguen. De todas maneras, hacer un estudio
detallado de tal magnitud superaría el espacio-tiempo que se dispone en esta
ocasión. Por tal razón, lo que se plantean son líneas de reflexión sobre los
cambios en la noción de la plurinacionalidad en la historia de la CONAIE.
La
plurinacionalidad entre 1990 – 2006: De la transformación estructural a los
derechos colectivos
Las
condiciones sociales históricas de opresión y explotación de los pueblos y
nacionalidades indígenas del Ecuador provocaron una gran movilización indígena
en junio de 1990. Varios fueron los factores:
unos coyunturales, otros estructurales, unos de carácter político y otros
económicos. De todas formas, junto a la demanda central –la lucha por la tierra
y el territorio-, y otras demandas paralelas como la educación bilingüe
intercultural[1] aparece una
demanda totalmente política: la reforma del artículo primero de la Constitución
política vigente.
Esta
demanda cuestionó los cimientos coloniales sobre los que se construyó la República
del Ecuador excluyendo a las nacionalidades y pueblos indígenas de la plena
participación política en el Estado y la sociedad. Se busca entonces
transformar un “Estado uninacional burgués” hacia uno plurinacional y
democrático para que responda a las necesidades de los pueblos y nacionalidades
y demás sectores sociales del país (CONAIE, 1994).
Dos
cuestiones a resaltar en aquella época: por un lado, el cuestionamiento a la
estructura estatal de ese entonces, que consideraba como único sujeto político
a la población blanco-mestiza, desconociendo la existencia de otras formas de
organización territorial, social y política. Otro tema, que es necesario
recalcar, es el carácter nacional de la lucha del movimiento indígena. En el
proyecto político de 1994 se indicaba que el llamado “problema indígena”, como
se decía en ciertos sectores políticos y académicos, no era una cuestión que
debía dirimirse al interior de los pueblos y nacionalidades indígenas, sino que
demandaba de toda la sociedad ecuatoriana. Así,
Los objetivos políticos de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas, pretenden garantizar el cumplimiento de nuestros derechos específicos, y propugna el desarrollo armónico y equilibrado de toda la sociedad en un marco de paz y plena democracia; por lo que convocamos a todos los sectores políticos y sociales que coexistimos en el actual territorio Ecuatoriano. a participar activa y creativamente en la solución de los graves problemas que históricamente nos agobian (CONAIE, 1994: 5).
Se
exponía entonces que la lucha no se limitaba únicamente a la población
indígena, sino que se planteaba desde el inicio una lucha de carácter nacional en
beneficio también de otros sectores oprimidos y explotados de la sociedad.
Esta propuesta política del Estado Plurinacional no busca constituir “estados aparte”, como lo ha insinuado el temor difundido por algunos sectores de la sociedad. Por el contrario, se trata de reflejar la realidad del país y del continente, en base al respeto de las diferencias nacionales culturales y la instauración de la igualdad social, política y económica.La solución de estos problemas, por tanto, no es tarea sólo de los pueblos indígenas sino de toda la sociedad. Buscamos una alternativa real y definitiva a nuestra situación de opresión y explotación. Y esta búsqueda es una contribución para la nueva sociedad que será construida conjuntamente con los otros sectores populares del país (CONAIE, 1988).
De
todas formas, otras demandas más específicas como educación bilingüe
intercultural, la cuestión territorial – sobre todo en la Amazonía-, la
oficialización de los idiomas indígenas, la solución a diversos problemas
económicos y la autodeterminación quedan enmarcados en la lucha de alcance
nacional.
En el
período comprendido entre 1990 y 2006, la movilización indígena hizo posible
que los pueblos y nacionalidades se visibilicen como un actor e interlocutor
político frente a los gobiernos y el Estado ecuatoriano. La movilización de la
CONAIE en este período se caracteriza por la continua contestación a los
ajustes económicos y la disputa por la reforma estatal dentro de un contexto
neoliberal. La relación entre movimiento indígena – Estado – gobiernos ha
tenido dos líneas mutuamente interconectadas. Por una lado, la movilización
social a través de los levantamientos y las consiguientes mesas de diálogo, y
por otro lado, el acceso, la participación y el control de ciertas
instituciones del Estado.
En
este ciclo hay dos momentos de la relación con el Estado: en primera instancia
– alrededor del levantamiento de 1990- la demanda principal hacia el Estado fue
la solución de conflictos agrarios (tierra, agua de riego, créditos) y la
plurinacionalidad[2].
Se puede decir entonces que en esa época el proyecto de plurinacionalidad
estaba unido estrechamente a la cuestión de la reforma política y económica relacionada
sobre todo con la cuestión territorial y a la educación bilingüe intercultural,
según se puede observar en los diferentes pronunciamientos de la organización.
En
este período, la respuesta estatal fue la solución parcial de las demandas
agrarias, como por ejemplo la entrega de tierras en la Amazonía y parte de la Sierra,
y la consolidación de la educación bilingüe intercultural. Por la presión de
las movilizaciones el Estado ecuatoriano abrió ciertos espacios de autonomía al
interior del aparato institucional, así como de ciertos territorios indígenas –
sobre todo en la Amazonía. De esta forma logró encauzar una manera de
solucionar los conflictos que la movilización indígena promovía. Estrategia que
se repite en el transcurso de las décadas siguientes: la movilización –
negociación con el Estado nacional.
Un
segundo momento se produjo desde 1994 en adelante. El auge de las políticas
neoliberales de privatización del Estado, el avance de políticas desarrollistas
impulsadas por organizaciones no gubernamentales en el sector rural, y el
fortalecimiento de una ideología multiculturalista[3]
al interior de las organizaciones[4]
y de la sociedad en general fueron las principales características de dicho
periodo. En este contexto la derrota política en torno a la “Ley Agraria” cerró
la posibilidad de una reforma agraria integral tal como demandaba el movimiento
indígena. La promulgación de la Ley de Desarrollo Agrario (LDA) en 1994 no
solucionó los conflictos de tierra, sino que los canalizó por medios
institucionales y funcionales: la titulación de tierras a través del Proyecto
de Regulación y Administración de Tierras Rurales (PRAT), financiada por el BID,
y el canje de la deuda externa para financiamiento de compra de tierras por
parte de los campesinos e indígenas (Brassel, Herrera, & Laforge, 2008).
Por tanto esta Ley cambiaría las condiciones jurídicas y políticas de reclamos
de tierras emprendida por el movimiento. Una vez “pacificado el campo” como
sugieren algunos analistas, las organizaciones no gubernamentales entraron a
los territorios a dar soluciones parciales al problema agrario por la vía de la
implementación de proyectos de comercialización, productivos, turísticos, entre
otros. La demanda por la tierra, el agua, y el territorio, como problemas
estructurales, se redujeron a los proyectos de desarrollo, y a una visión
autonomista del territorio unida al auge del multiculturalismo neoliberal.
Esto
tuvo repercusiones en la noción de plurinacionalidad que empezó a emerger en la
práctica política del movimiento indígena. La plurinacionalidad decantó hacia
las demandas culturales e identitarias, y se entendió únicamente como la
ocupación de instancias autónomas al interior del Estado. Así, se creó el
CODENPE, Salud Indígena, y se “fortaleció” la DINEIB. Sin embargo, estas
instituciones respondieron cada vez menos al mando político del movimiento
indígena, ocupado más por las coyunturas de la implementación del
neoliberalismo y la crisis política, que por el efectivo uso político de dichas
instituciones. El problema de la tierra y el territorio como cuestión estructural
dentro de la plurinacionalidad se redujeron a una limitada noción de autonomía
territorial sin mayor posibilidad de transformación nacional. Las demandas
culturales e identitarias fueron tomando fuerza en medio de la crisis política
y el neoliberalismo de la época. De alguna forma, la crisis social provocada
por las políticas de privatización y las disputas inter-élites empujó a la
CONAIE a responder coyunturalmente y con poca capacidad de articular una
estrategia a largo plazo. La organización se centró más en la lucha defensiva
contra el neoliberalismo que en la construcción de una estrategia política que permitiera
responder a los cambios que sucedían en el campo y en el Estado mismo[5].
Este
proceso, iniciado en 1994 con la promulgación de la LDA, se consolidó en 1998
con la nueva constitución. Luego de la caída del ex - presidente Abdalá Bucaram
en 1996 y el gobierno de Fabián Alarcón en 1997, se convocó a una Asamblea de
plenos poderes para reformar la Carta Magna. Las organizaciones indígenas agrupadas
en la CONAIE y otras participaron con delegados en la Asamblea con una
propuesta llamada Proyecto de Constitución del Estado Plurinacional del Ecuador
(1998) en el cual se proponía la declaratoria de plurinacionalidad y la
oficialidad de los idiomas indígenas en el Título Preliminar. De igual forma,
la promulgación de los derechos colectivos y la participación en la
institucionalidad estatal en el Título III De los Derechos y Garantías de las
Nacionalidades Indígenas (Proyecto de Constitución del Estado Plurinacional del
Ecuador, 1998).
Los
principales cambios en la Constitución de 1998 en relación a los indígenas se dieron
en el artículo 1 donde se reconoce que el Estado es unitario, pluricultural y
multiétnico. Se reconoce el kichwa, el shuar y otros como idiomas oficiales.
Además, se promulgaron los derechos colectivos en el capítulo III, en cuyo artículo
83 se reconoció a los pueblos indígenas como “nacionalidades”. En el artículo
84 se recogieron los derechos indígenas de: inembargabilidad, inalienabilidad e
indivisibilidad de la propiedad comunitaria, adjudicación gratuita de la
posesión comunitaria, derecho a participar, usar y administrar los recursos
naturales renovables y a ser consultados en caso de explotación de recursos no
renovables, circunscripciones territoriales (artículo 224) y de administración
de justicia (artículo 191) (Constitución de la República, 1998).
Sin
embargo, el contexto político previo a 1998 estuvo marcado por la necesidad de
reformas estructurales promocionada por las élites políticas y económicas en
dos direcciones: “promover el retiro del Estado de las actividades económicas y
la liberalización de los mercados de capital, de trabajo y de productos [y por
otro lado], promulgar cambios institucionales destinados a asegurar la
‘gobernabilidad política’ necesaria para el cambio estructural” (Guerrero y
Ospina, 2003: 121). Así, las propuestas de reforma estatal de la élite se
encontraron con las demandas de plurinacionalidad en esa coyuntura de cambio
constitucional y disputa por el carácter del Estado. El saldo final ha sido
analizado largamente por Guerrero y Ospina (2003) quienes básicamente concluyen
que, para el movimiento indígena, la coyuntura de la Asamblea de 1998 fue
desfavorable. A pesar de que se logró incluir los derechos colectivos, la
interculturalidad y la oficialización del kichwa, el resultado final fue la
apertura al neoliberalismo a través de la eliminación de las llamadas “áreas
estratégicas” de la economía y la criminalización de la paralización de los
servicios públicos. Todo esto dentro de un marco multicultural que no
significaba mayor peligro para la estructura de dominación estatal, y que
satisfacía en parte las demandas de la CONAIE.
La
plurinacionalidad, como proyecto de transformación estructural nacional, se redujo
al reconocimiento de los derechos colectivos y a la interculturalidad
(entendida sobre todo como multiculturalismo). Aunque se fortalecieron los
espacios de autonomía de las instituciones indígenas, se profundizaron los cambios estructurales en el Estado
y la sociedad hacia el neoliberalismo. No es que el reconocimiento de los
derechos colectivos no haya significado un avance como herramientas
estratégicas para la lucha a largo plazo, sino que justamente se lo tomó como
un fin y no como un medio para profundizar el alcance de la plurinacionalidad.
La emergencia de los derechos colectivos se produjo para dar una respuesta a la
demanda de ampliación de los derechos humanos de los pueblos indígenas,
históricamente excluidos de las sociedades dominantes, de tal forma que los
pueblos y nacionalidades tengan un margen de protección frente al resto de la sociedad
(Stavenhagen, 1992). En este sentido, la promulgación de los derechos
colectivos significó un avance democrático importante para la sociedad en
general. Sin embargo, dadas las condiciones políticas y organizativas del
momento fue una barrera para la profundización del debate sobre la
plurinacionalidad y los cambios estructurales del Estado[6].
A esto
hay que sumar que los espacios jurídicos que posibilitaron el reconocimiento de
los derechos colectivos fueron alejando poco a poco al movimiento indígena de
los temas nacionales y se concentró cada vez más en los espacios de autonomía
territorial e institucional. Es cierto que en esa época las movilizaciones
indígenas se centraron en la defensa de temas nacionales, pero fueron puramente
contestatarias y coyunturales al neoliberalismo, y de alguna forma ayudaron a
crear en la sociedad un ambiente “anti-neoliberal”. Sin embargo, ese mismo
coyunturalismo no permitió evaluar a profundidad lo que estaba sucediendo en el
Estado y en las mismas organizaciones. Se podría decir, que el ambiente
político de la época, sumada a las falencias organizativas no permitió avanzar
estratégica y políticamente en el proyecto político del movimiento indígena.
En
términos generales, el periodo 1990 – 2006 representó para la CONAIE la
formación de un modo de relación con el Estado ecuatoriano neoliberal en dos
momentos: 1990 – 1994, donde la demanda de tierra estuvo estrechamente ligada
con el proyecto de la plurinacionalidad como cambio estructural profundo del Estado
y la sociedad. En el período 1994 – 2006, en medio del avance de las políticas
neoliberales en términos de reforma estatal y económica, la plurinacionalidad se
movió hacia la ocupación de algunas instituciones estatales propias, una
autonomía territorial limitada y los derechos colectivos indígenas.
La Revolución ciudadana y el cambio Estado
– movimiento indígena
La llegada de Rafael Correa en 2007 al
poder ejecutivo implicó un cambio significativo del Estado, suponía para muchos,
la superación del neoliberalismo inmediatamente anterior a las elecciones de
2006. Para los defensores de la Revolución Ciudadana, el Estado debía
fortalecerse, centralizarse y reordenarse para convertirse en rector de las
políticas públicas, y de la sociedad en general. Para la mayoría de movimientos
sociales de la época, la retórica anti-neoliberal de la Revolución Ciudadana
parecía responder a las demandas históricas de toda la década de los 90s y
2000: la no – privatización del Estado, la mejora social en derechos básicos,
la soberanía, y la salida a la crisis política.
En consonancia, la política
del gobierno respecto al Estado ha sido la centralización total de las
instituciones ya conocida por todos, lo cual dio lugar a una nueva forma de
relación Estado – sociedad, y sobre todo Estado – movimiento indígena, que tiene
consecuencias importantes para las organizaciones. Desde el gobierno, la
lectura que se ha hecho del movimiento indígena es la de un ente corporativo
insertado en el aparato estatal igual que los gremios empresariales, y que por
lo tanto debe ser combatido. Desde ahí se entiende la eliminación de la
autonomía de la DINEIB, la eliminación del CODENPE y otras instancias estatales
que de alguna manera eran espacios más o menos limitados para los pueblos y
nacionalidades.
Pablo Ospina (2009) señala algunas
características
del gobierno, al
menos en sus inicios: la integración regional, la renegociación de la deuda y la centralidad
del Estado en la economía
y la política pública, la política anti-corporativa. Sin embargo,
sostiene que se debe tomar en cuenta la excesiva promoción de la minería, subordinando cuestiones
ambientales al crecimiento económico y al reforzamiento de la posición de grandes grupos económicos nacionales vinculados al
mercado interno. Para este analista se trataría de “un gobierno central fuerte cuya autoridad
deriva de las encuestas de opinión y de los sucesivos resultados
electorales […]; el éxito está fundado en la oportunidad de
ampliar el gasto público” (2009: 13). Y este gasto público se asienta sobre la
necesidad de una política
extractiva nacional petrolera y minera,
que fue exitosa bajo el auge mundial del llamado “consenso de los comodities”. Esto, a su vez, posibilitó el aumento del gasto público en servicios sociales
por parte del Estado,
pero sin
modificar la
estructura económica básica del país.
Según Mario Unda (2013) el discurso oficial de la modificación de la estructura económica: pasar de una economía primario – exportadora hacia otra de
diversificación
productiva y exportación
de servicios especializados, es en realidad la conversión del Estado en proveedor de condiciones generales de producción y reproducción de los capitales, de
imposición de
condiciones normales de explotación del trabajo y de la relación entre el capital y el
Estado. Se trató de un
proyecto de modernización capitalista del Estado, donde la
recuperación
del mismo tendría otras implicaciones: responder a las necesidades estratégicas que demanda el momento actual de desarrollo
de capital a nivel
mundial, necesidad de Estados fuertes que respondan adecuadamente a la crisis general del capitalismo. El
gobierno correísta
proveyó a la élite
económica de un Estado moderno que vele por los intereses de toda la
clase dominante; y no sólo de una fracción. Un
Estado que facilite la
expansión
de los mercados internos, a través de las carreteras, programas sociales y
disciplinamiento laboral; así como de los mercados externos a través de alianzas regionales. Este Estado,
sin embargo, debía ser capaz
al mismo tiempo de subordinar,
o si
es posible, eliminar la movilización social crítica[7].
En este sentido, las críticas planteadas por Mario Unda (2013) sobre
el liderazgo de la élite
en la modernización
estatal, y las de
Pablo Ospina (2013) sobre el estilo coercitivo del régimen, está relacionado con el poco interés del gobierno en el fortalecimiento de actores
populares organizados que cuestionen el carácter
de las transformaciones estatales y fortalecer un proceso de ampliación democrática. Es decir, la modernización estatal para el desarrollo
capitalista necesitó del disciplinamiento de las organizaciones sociales críticas, es ahí donde la judicialización de la protesta social como un rasgo distintivo de este régimen, cobra sentido.
Por otro lado, ya durante la Asamblea de Montecristi, entre los años 2007 y 2008,
la relación
entre el gobierno de Correa y la CONAIE tuvo
sus primeras disputas. Éstas giraron alrededor de la declaratoria
de la plurinacionalidad del Estado, la consulta y/o consentimiento previo para
actividades extractivas en territorios indígenas,
la declaración del
agua como derecho humano fundamental y el problema ambiental de la minería. Aun así, y tras fuertes debates al
interior y exterior del movimiento, la declaratoria del Ecuador como Estado
Plurinacional, demanda histórica
del movimiento indígena,
se incluyó en la
nueva Carta Magna. De igual forma, dentro de la cuestión ecológica se promulgaron los
derechos de la naturaleza y el Sumak Kawsay/Buen Vivir, como paradigma alternativo al
desarrollo, así como
la ratificación
de los derechos colectivos de los pueblos indígenas. Sin embargo, la propuesta del
consentimiento previo e informado antes de la adjudicación de concesiones y aprobación de proyectos de prospección, exploración y explotación de recursos naturales no
renovables en tierras y territorios indígenas
(CONAIE, 2007: 64), no fue aceptada. En su lugar, se impuso la tesis gobiernista de la consulta previa libre e
informada (Constitución de la República, artículo 57 numeral 7).
Este
punto es significativo
porque movió
algunas de las confrontaciones posteriores en torno a recursos naturales no
renovables, como
petróleo y minerales. La negación gobiernista del consentimiento previo está en la línea “anti–corporativa” de una centralización política del Estado. La aceptación del consentimiento previo,
desde el punto de vista del gobierno,
significaría ceder soberanía y control del territorio
nacional a los pueblos indígenas;
lo cual queda
por fuera de los marcos de reforzamiento estatal propuesto por el régimen de Correa.
Las movilizaciones indígenas que se han realizado
desde 2009 (en algunas zonas del Austro anti minero incluso desde principios de 2006) han demandado
su participación democrática en el control de las políticas y transformaciones del
Estado.
Pero, las organizaciones críticas fueron excluidas sistemáticamente por el gobierno. De igual
forma, el otro gran bloque de demandas tuvieron relación con la oposición a las políticas extractivistas
promovidas por este gobierno, como es la minería a gran escala y el petróleo en
el Yasuní.
Lo que estuvo detrás de estas demandas fue la
participación de
las organizaciones críticas
en la discusión de
las leyes y en la definición de los asuntos públicos que les concierne directa o indirectamente. De ahí la insistencia por la
aprobación del
Consejo Plurinacional del Agua,
en contraposición de la
propuesta centralizadora del régimen.
Pero también en el tema extractivista, sobre todo minería a gran escala en la Amazonía y la Sierra Sur. La CONAIE constantemente
trato de revivir estrategias históricas
de diálogo político, demandando la participación autónoma del movimiento indígena en la discusión pública de los temas específicos y nacionales.
En el periodo inicial del gobierno correísta la plurinacionalidad se entendió como la participación
u
ocupación de las
instituciones estatales. Esto se
evidenció en
las demandas de las
movilizaciones del periodo 2007 – 2010: “devolución”
de la educación
bilingüe, CODENPE y otras. De todas
formas, dada la política
estatal extractivista que afectó a los territorios indígenas,
y la vigencia
de la problemática agraria no resuelta por
el gobierno[8], las movilizaciones indígenas pusieron su atención al tema de la tierra, agua y territorios dejando de lado la cuestión de las instituciones indígenas. La reconfiguración de las
relaciones movimiento indígena–Estado y el contexto
social y económico han provocado que el movimiento retome demandas que fueron abandonadas en el ciclo neoliberal. En este sentido, se puede comprender la mayor prioridad de las demandas actuales
por la
tierra, el territorio y el agua por sobre las de las “instituciones indígenas”.
En este contexto general, la
plurinacionalidad ha vuelto a relacionarse en alguna medida con la cuestión de la tierra y los territorios, y menos con la ocupación estatal, al menos a nivel de
instituciones autónomas como se discutía en los noventas. La noción de plurinacionalidad se mueve de la ocupación estatal hacia los
autogobiernos comunitarios, locales y territoriales, en medio de los cambios en la
política del Estado de los últimos diez años.
La
plurinacionalidad como gobierno comunitario y el cambio estructural
Como hemos señalado el gobierno de
Alianza País ha promovido una reforma política en la que el Estado se ha
centralizado fuertemente en los últimos diez años. Esto ha tenido consecuencias
sobre la participación real de las organizaciones indígenas en las decisiones
estatales, en la movilización y en los horizontes políticos de las mismas. La
transformación estatal provocó un cambio en la forma de relación
política que la CONAIE construyó con el Estado en el período anterior:
exclusión del diálogo político, represión de la protesta social y desvaloración
del aporte histórico del movimiento indígena a la transformación del país. Se
han desmontado así los canales de participación indígena construidos en el
período precedente.
Ahora sabemos que esa centralización del
Estado no fue una respuesta al debilitamiento provocado por la política
neoliberal, sino una forma de modernización que ha permitido profundizar el
extractivismo y al mismo tiempo contener la movilización popular. La
“recuperación del Estado” fue a la par de una política social (entrega de
bonos, salud pública y educación universal) sostenida con la venta de petróleo
y en la ampliación de la minería a gran escala. Esto ha provocado elevados
niveles de conflicto social en diferentes lugares del país, criminalización de
la protesta social, represión y militarización de territorios indígenas[9].
Esto muestra la dirección que tomó el Estado y el gobierno con respecto a
la participación de los movimientos sociales en el gobierno correísta.
¿Cuál es la respuesta de la organización ante
el nuevo escenario? Las dirigencias indígenas en relación a las estrategias
políticas, han optado por la radicalización del discurso de oposición, se trata
entonces de la “resistencia total al gobierno” como afirman algunos dirigentes.
Otros, por su parte, apegados históricamente a una forma de relación entre
indígenas–Estado/gobierno han apelado al diálogo político, pero el contexto de
debilidad organizativa, y la ofensiva del gobierno ha anulado esa posibilidad.
Las organizaciones y cierto sector de la
dirigencia reconocen los avances en obras de infraestructura y en inversión
social. Sin embargo, cuestionan la nula participación directa y autónoma en la
planificación y el control estatal, y sobre todo la escasa transformación de la
estructuras estatales y económicas cuyo punto de partida sería una reforma
agraria integral. Como se quejaba un ex–presidente de la CONAIE: “el gobierno
ha recogido algunas demandas históricas del movimiento indígena pero lo ha
hecho a su manera, sin una conversación, sin mediar la discusión de un
proyecto”.
Lo que el gobierno de Rafael Correa ha demostrado
cada vez con mayor claridad es que su proyecto de modernización y
posneoliberalismo está direccionado a dar un marco estatal fuerte que permita
poner en marcha una nueva oleada de neodesarrollismo, extractivismo y acumulación. Este modelo está
sustentado, por un lado, en la explotación de petrolero y de minería, y por otro en
la necesidad de movimientos sociales subordinados y silenciados.
El gobierno no reconoció la necesidad de
la movilización popular autónoma y del debate político para el avance
democrático y la transformación de la sociedad. Se construyó una política de “amigo/enemigo”
de la Revolución Ciudadana desconociendo los procesos históricos de
emancipación social en el que la participación organizada de los sectores
excluidos y explotados ha sido fundamental. Peor aún, no dialogo políticamente
con los movimientos sociales, pero sí lo hizo con ciertos sectores
empresariales, lo cual indica claramente la postura política dominante en el
gobierno de Correa. Esto se enlaza con el constante ataque a las organizaciones sociales,
algo que no ocurrió con los sectores burgueses del país. Al contrario de lo que
parecería, ha terminado fortaleciendo a las derechas nacionales y locales que
en este momento vuelven fortalecidas por toda América Latina. Tras diez años, el
gobierno correísta “progresista” ha jugado el papel de vanguardia de la derecha
renovada, limpiando el camino de posibles contestaciones populares.
A nivel organizativo, se están dando
diversas respuestas al nuevo escenario planteado por el cambio de las
relaciones Estado–movimiento indígena, que implica también un cambio en la
noción de plurinacionalidad. El cierre político a la participación autónoma de
las organizaciones, la ofensiva política del Estado contra la CONAIE, y el
avance de los proyectos extractivistas en territorios indígenas, tiene relación
con el necesario fortalecimiento de los gobiernos comunitarios territoriales y
locales, como una estrategia de defensa de la vida y de las organizaciones. Se puede
decir entonces que en la actualidad la plurinacionalidad se va relacionando
cada vez más con la noción de autogobierno local y territorial, dejando de lado
en parte la histórica demanda de instancias estatales autónomas. Esto se observa
sobre todo en el último tiempo en las pocas movilizaciones de la CONAIE por las
instituciones indígenas. En su lugar, se ha vuelto central la lucha por la
defensa de los territorios en la Amazonía, y la promoción de una reforma
agraria que signifique una mejora sustancial en las condiciones de vida de la
población campesino–indígena en la sierra. El fortalecimiento de los gobiernos
comunitarios no es una estrategia nueva, pero se ha tornado relevante en los
últimos tiempos dada las nuevas condiciones sociales y políticas.
De ahí que debe plantearse un debate
sobre lo que significa o debe significar el proyecto político de la
plurinacionalidad en las condiciones actuales. Al parecer se abren dos vías:
una postura autonómica, y una histórica.
La primera estrategia parece emerger a causa la ofensiva del Estado y de las
transnacionales sobre los territorios indígenas, sobre todo en las zonas que
contienen recursos no renovables como minerales y petróleo. En los últimos diez
años de gobierno, el Estado no ha dado respuesta a la problemática del
extractivismo, y más bien lo ha profundizado. La respuesta que algunas
organizaciones indígenas están dando es el fortalecimiento de sus gobiernos
propios territoriales para hacer frente a
la ofensiva estatal y transnacional. No es que antes no haya existido
una política extractivista, la diferencia es que ahora la política estatal que
promueve el despojo de los territorios se conjuga con el poco nivel de
respuesta de las organizaciones a nivel nacional. En este sentido se puede
hablar de una localización del conflicto Estado–movimiento indígena que puede
tener correlación con una idea de plurinacionalidad referida a la autonomía
territorial o local[10]. De igual
forma, el cierre de espacios de autonomía institucional estatal está poniendo
en cuestión, al menos por parte de algunas organizaciones, la validez de seguir
demandándolos. En su lugar, se están proponiendo espacios autónomos
comunitarios, tales como escuelas gestionadas por las comunidades frente al
cierre de la DINEIB.
De todas formas, el fortalecimiento y construcción
de los gobiernos comunitarios es una tarea necesaria para de alguna manera
empezar la modificación del Estado desde abajo. Dicha estrategia implica la
(re)elaboración de nuevas o tradicionales formas de convivencia social, basadas
en valores y prácticas que sean equilibradas con la naturaleza, con la diversidad cultural y con
justicia social. En este sentido, el proyecto de la plurinacionalidad en la
actualidad apunta a la transformación de la sociedad desde sus bases, desde los
espacios locales y territoriales hacia espacios más amplios. Los gobiernos
comunitarios y territoriales permiten hacer política de una forma más cercana y
directa que las instancias creadas por el Estado. Son espacios donde la
política, entendida como la acción de un sujeto colectivo para autodeterminar
su proceso histórico, es vivida de cerca. Pero sobre todo, está enlazada a
cuestiones fundamentales de la existencia social de las comunidades como la
economía y la cultura (Gutierrez, 2013). En este sentido, se puede decir que la
plurinacionalidad centrada en los gobiernos comunitarios hace posible proteger,
promover y fortalecer las formas de vida locales, comunitarias y, en una visión
más amplia, permite ciertos márgenes de autodeterminación política sobre el
territorio.
Sin embargo, a pesar de la total
necesidad de esta visión de la plurinacionalidad desde los gobiernos
comunitarios y territoriales, es importante tener a la par un horizonte de
transformación de toda la estructura del Estado y de sus políticas que, queramos
o no, nos afectan a todos. No se trata de dejar de lado los gobiernos
comunitarios sino de tener en cuenta que su fortalecimiento debe ir en
coordinación con otras formas organizativas de mayor alcance político y
estratégico. Justamente la CONAIE, como organización nacional, debería cumplir
esas funciones en la práctica: ser el enlace entre la política autonómica de
los gobiernos comunitarios y otras organizaciones, con la sociedad, y por su
puesto, con y contra el Estado.
Un punto adicional sobre la
plurinacionalidad desde los gobiernos comunitarios es la cuestión de la
autodeterminación. Esta debe ser entendida como la capacidad de los sujetos
sociales de definir su propio proceso histórico. Sin duda, es necesario
fortalecer dicha capacidad desde el interior de los gobiernos comunitarios. Sin
embargo, hay que considerar que las comunidades y los territorios indígenas y
locales no están por fuera del capitalismo como un sistema total. Las prácticas
económicas, sociales y culturales de ese sistema de una u otra forma han
tensionado o afectado las de los individuos y sus comunidades. De ahí que es
necesario preguntarse por el alcance de una política autonómica y la
autodeterminación de los gobiernos comunitarios–territoriales en el contexto
del capitalismo actual. Hay que considerar que la autodeterminación en las
condiciones actuales no puede ser completa, abarcará ciertos ámbitos, pero
otros no serán posibles a menos que cambie toda la estructura nacional–estatal
y se supere el capitalismo. Por tanto, la plurinacionalidad debe entenderse no
solamente como la autodeterminación de los gobiernos comunitarios–territoriales,
sino que además debe ser (o seguir siendo) un proyecto de transformación total
de la sociedad y el Estado.
La otra noción de la plurinacionalidad
tiene que ver justamente con el cambio de la estructura estatal: una estrategia
desde arriba y desde adentro. Históricamente los pueblos y nacionalidades
indígenas, y sobre todo la CONAIE, han exigido espacios de autonomía dentro de
la institucionalidad del estado. Esta política ha funcionado con altos y bajos
desde los años noventa hasta la época correísta como se ha demostrado en el
recorrido de este artículo. La política dirigida hacia el Estado, propia de la
mayoría de movimientos sociales populares del Ecuador, ha logrado en muchas
ocasiones conseguir avances jurídicos y políticas públicas para los pueblos y
nacionalidades indígenas y la sociedad en general. Esto ha permitido articular
las luchas indígenas a la de otros sectores sociales dentro de un marco
nacional. Sin embargo, al poner su acento en el Estado, ha descuidado la
política a nivel de las comunidades. Se han logrado ciertos marcos de
protección y promoción de la autodeterminación a nivel local y territorial,
pero estos no pueden garantizar la reproducción de la vida comunitaria y la
construcción de una nueva sociedad. Es necesario un nivel de organización en
las bases que permita concretar o asumir esos marcos jurídicos conseguidos a
nivel nacional. La transformación estatal se hace efectiva cuando existe una
sociedad organizada y fuerte que pueda concretar lo que se propone desde el Estado.
Se necesita entonces de movimientos sociales, de una CONAIE fuerte a nivel de
las bases. No es suficiente ocupar espacios estatales si el movimiento social y
los gobiernos comunitarios territoriales no están en la capacidad de tomar los
cambios en las estructuras nacionales y asentarlas en sus territorios.
De ahí
que, la plurinacionalidad, como proyecto de transformación de las estructuras
económicas, políticas y sociales de la sociedad ecuatoriana, debe implicar dos
estrategias claras: el cambio de la estructura nacional y al mismo tiempo el
gobierno comunitario territorial entendido como movimiento social. La
plurinacionalidad es una apuesta por transformar la sociedad desde abajo, por
fuera y desde el interior del Estado. Una estrategia compleja pero
absolutamente necesaria si el horizonte de la organización es, como lo
delinearon hace treinta años los fundadores de la CONAIE, la construcción de
una sociedad para todos. Para indígenas, mestizos, afroecuatorianos, mujeres,
niños niñas, libres de la explotación capitalista, del dominio colonial y del
patriarcado. La verdadera autodeterminación de los pueblos y nacionalidades así
como de la sociedad en general, es la capacidad de determinar la propia
historia. Esto se alcanzará sólo si como sociedades diferentes e iguales
logramos superar las estructuras que dominan a todos, desde lo nacional y desde
nuestros territorios. La plurinacionalidad como proyecto político de las
organizaciones indígenas, debe después de treinta años de vida, apuntar hacia
la emancipación de la sociedad en su totalidad en las condiciones actuales de
ofensiva capitalista (con o sin estado) así como de transformaciones sociales
en nuestras comunidades y territorios. Hay que recordar siempre las palabras de
Mama Dolores Cacuango: “Que el sol alumbre para todos, sea indio, sea negro,
sea blanco”, pues el horizonte de la plurinacionalidad es la humanidad diversa
y la sociedad justa para todos y todas.
Referencias
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*Artículo publicado originalmente en Revista Convergencia Crítica v.2, n. 9 (2016), 51 - 66 pp. Brasil. En línea: http://www.periodicoshumanas.uff.br/convergenciacritica/article/view/2522
[1] Al
respecto se puede ver: “Mandato por la defensa de la vida y los derechos de las
nacionalidades indígenas” en Almeida, et
all (1993: 167).
[2] Para una revisión detallada de los
diversos factores sociales, políticos, económicos en juego en la formación del
movimiento indígena en los noventas, así como las demandas, formas de
movilización, discurso y propuesta política se puede revisar Guerrero y Ospina
(2003), Zamosc (1993), Almeida et all
(1993), Barrera (2001), Sánchez-Parga (2010) entre otros.
[3]
Entiendo
el multiculturalismo como una política que trata las identidades y al
diversidad cultural por fuera del marco de las relaciones de poder en la
sociedad. Es favorable a la diversidad cultural pero no crítica las relaciones
de dominación y explotación entre culturas, pueblos y naciones.
[4] La existencia de varias corrientes ideológicas
al interior del movimiento indígena no es nueva. Lo que se debe observar son
las relaciones de fuerza que se han establecido entre ellas en diferentes períodos
y en el marco de cambios sociales e ideológicos de la sociedad.
[5] Así,
por ejemplo en el levantamiento de 2001 las demandas relacionadas con el
presupuesto para las instituciones indígenas y la solución de conflictos de
tierras aparecen al final de la agenda de diálogo (Agenda de diálogo propuesta
por las organizaciones indígenas, campesinas y sociales del Ecuador, 2001).
[6] Incluso
algunos dirigentes de esa época tuvieron la misma percepción sobre el momento
político de la Constitución de 1998: la coyuntura de la Asamblea fue una
derrota política del movimiento indígena ya que se transó la declaratoria de la
plurinacionalidad por la incorporación de los derechos colectivos. La
incorporación de estos derechos a pesar de su importancia, evidenció la
incapacidad del movimiento indígena para sostener un espacio de debate en torno
a la plurinacionalidad (Boletín ICCI Rimay,
2002: editorial).
[7] Los niveles
de criminalización de la protesta social, y sobre todo la judicialización de
varios dirigentes social, indígenas y populares han subido en el gobierno
correísta según se puede observar en un estudio realizado por Paola Sánchez
(2013).
[8] Según Brassel, Herrera y Laforge (2008) y Daza
(2015) los índices de desigualdad en la distribución de la tierra y el agua se
ha modificado muy levemente en el periodo actual, e incluso se ha observado una
tendencia a la concentración de la tierra. De igual forma las políticas del
régimen promueven el monocultivo de exportación y los agrocombustibles en
desmedro de las economías campesinas e indígenas.
[9] Para una revisión detallada de la conflictividad
social en el gobierno de Rafael Correa mirar Sánchez, Paola (2013).
[10] Paola
Sánchez (2013) en un estudio cuantitativo sobre los conflictos sociales señala
que en los últimos diez años los conflictos sociales y políticos se han ido
demandando, solucionando, negociando o rechazando a nivel local en comparación
con la década de los noventa donde la conflictividad se resolvía en instancias
nacionales.
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